Con el paso de los años
me he dado cuenta de que el mundo no es algo objetivo.
Todos vemos lo que
queremos ver, sin darnos cuenta de lo que se esconde detrás.
Mi sueño es que la
gente me entienda; Muchas veces me siento solo al pensar que creo en algo imposible
según el ojo humano: la magia.
Incluso mis padres me
dirigen miradas preocupadas cuando les explico la razón por la que, a mis doce
años, mi forma de pensar cambió radicalmente.
Antes era una persona
aburrida que solo quería estudiar en busca de un buen futuro... Es decir, como
todo el mundo.
Solo ahora me doy
cuenta de que ser diferente no es un problema. Es más: ser diferente te hace
especial.
Como
dije antes, existe una razón por la que pienso así, o mejor dicho, un día que
cambió mi vida…
Estaba en medio de lo
que parecía un bosque, perdido, sin duda, por decidir emprender una aventura
siguiendo la dirección del viento, que soplaba y conseguía que mi pelo rojizo
se escapase de mi gorro de lana.
Tenía que estar
asustado, pero la verdad era que no podía estar más feliz. Me había perdido,
por lo que podía disfrutar de unas horas de tranquilidad sin los pesados de mis
hermanos.
El día era hermoso, ya
que no se podía ver ni una sola nube en el cielo. Solo se escuchaba el murmullo
de los árboles a mis espaldas, por lo que decidí tumbarme en la hierba
primaveral y dormir.
No sé cuánto tiempo
pasó, pero al despertar reinaba la oscuridad, y supe que había anochecido. ¿Es
que mis padres no me habían encontrado aún?
Me levanté e intenté
vislumbrar algo en la oscuridad; Pasé así un rato, hasta que unos enormes ojos
amarillos aparecieron.
Debo admitir que en ese
momento sí que estaba asustado.
- ¡¿Hola?! ¿Eres real?
– me atreví a decir. Varios segundos pasaron, y me di cuenta de que solo había
imaginado los enormes ojos amarillos.
Pero, de repente, todo
el lugar se iluminó y la luz me cegó.
- Has entrado en
nuestro mundo, humano.
Era la voz más grave
que había oído, y cuando por fin pude abrir los ojos vi algo que nunca podía
haber imaginado y nunca olvidaré. Unos pequeños seres, de aproximadamente medio
metro me observaban expectantes. Más de cien. No sabía qué hacer, así que pensé
rápido en una respuesta.
- ¡Oh, por supuesto que
no! – debía hablar con voz firme, pero solo conseguía murmurar. – Yo… Solo me
he perdido, de verdad… No sé por qué estoy aquí ni qué sois. Solo recuerdo
tumbarme a dormir en el bosque y aparecer aquí.
Me miraban con cara de
duda, y el que supuse que era el líder volvió a hablarme.
- ¿Por qué deberíamos
creerte? Mucha suerte debes tener para ganarte la confianza de los snaib.
- Los… ¿Qué? – respondí
con un hilo de voz. - ¿Qué sois?
Sus caras reflejaban
asombro. Me miraban como si fuese algo improbable el no haber oído hablar de
ellos.
- Somos hechiceros –
comentó el líder. – pero no del todo. Sabemos hacer hechizos, pero los
hechiceros humanos siempre nos han menospreciado. Por el tamaño, imagino.
- ¿Podrías… ayudarnos?
– contestó otro de los snaib.
- ¿Ayudaros? –
respondí.
- Tú eres un humano. De
su tamaño. Te entenderán.
Muchas preguntas pasaron
por mi mente. ¿Cómo iba a ayudar a unos seres a los que ni siquiera entendía?
- Gracias, humano –
contestó otro snaib, asumiendo que los iba a ayudar. – si nos ayudas, te
daremos el mejor poder del universo: creer en la magia.
No podía rechazar lo que
me pedían, así que decidí ayudarlos. Ya encontraría la manera; Me guiaron hacia
un claro, en el que empezaron a hablar en un idioma desconocido para mí.
De repente aparecieron
varias personas vestidas de gala, con colores tan alocados como el rosa o el naranja,
y salpicados con purpurina.
- Así que… ¿Esto es un
hechicero? – Una snaib, esta vez femenina, asintió.
- ¿Qué queréis? – dijo
uno de los hechiceros. Luego fijó su vista en mí. - ¿Quién es él?
- Soy un humano
corriente – respondí, nervioso, y decidí ir al grano. – Vengo con los snaib… A
ayudarlos, concretamente.
Los hechiceros
comenzaron a reírse con fuerza, y los snaib parecían tristes. La verdad es que
había conseguido entenderlos y ponerme en su lugar.
- ¿Podéis escucharme? –
supliqué.
Las risas de los
hechiceros no cesaban, y yo cada vez sentía más ira, hasta que unos minutos más
tarde exploté como una granada.
- ¿Y os hacéis llamar
hechiceros? Oh, dudo que realmente lo seáis… ¡Mucho he leído yo acerca de
vosotros para que me hagáis pensar que todos los hechiceros son así!
Un hombre asiático con
traje malva y corbata verde se adelantó.
- ¿Cómo osas
levantarnos la voz, humano? Podríamos matarte a ti o a alguno de tus amigos en
un abrir y cerrar de ojos.
Los snaib me miraban
aterrorizados, y no sabía que decir… Sabía que los hechiceros tenían razón,
porque… ¿cómo iba yo, un simple humano, a enfrentarme a ellos, nacidos en el
mundo mágico? Debía hacer algo lo antes posible, pero no acostumbraba a pensar
con rapidez.
- Solo quiero hablar
con vosotros – exclamé.
Pararon de reírse y se
fijaron en mí, algunos con mirada sorprendida y otros mirándome con pena. El
mismo hombre que me había contestado volvió a mirarme, y fue él quien respondió
nuevamente.
- Habla, pero tienes un
minuto. Si no, os mataremos, y así podremos acabar con esa estúpida raza que se
hace llamar snaib, los que dicen ser… hechiceros…
Me adelanté y preparé
mentalmente lo que iba a decir.
- No sé cómo he
aparecido aquí, pero empiezo a pensar que fue obra del destino. Solo recuerdo
estar con mi familia y perderme en el bosque. Me dormí y recuerdo aparecer en
la cueva de los snaib… Pensé que me harían algo horrible, pero me explicaron
que solo querían que yo… hablase con vosotros. Porque soy un humano, supongo;
El caso es que solo quieren ser respetados porque, a pesar de su tamaño, son
buenos hechiceros. Ni siquiera les habéis dado una oportunidad, y… aunque no
los conozco del todo bien, creo que la
merecen. O al menos merecen que los entendáis.
Volví hacia atrás y me
di cuenta de que todos los snaib me observaban con lágrimas en los ojos,
mientras que los hechiceros me miraban expectantes, supongo que sin palabras.
- ¿Cuál es el líder de
los snaib? – exclamó un hechicero al que no había visto antes. – Que dé un paso
hacia adelante.
Mi curioso amigo se
acercó. Siempre lo recordaría por ser el que me explicó todo lo que ahora se
sobre ellos.
- Muy bien - continuó
el mago - os propongo algo… Un duelo.
Entre él y yo. Líder contra líder. Si ganáis vosotros, tendréis nuestros
respetos y nuestra aceptación. Si ganamos nosotros, todo seguirá igual.
¿Aceptáis? Será un duelo sin daños graves al oponente, y utilizando solo la
magia.
Todos los snaib miraron
con esperanza a su líder, y su líder, aunque un poco asustado, aceptó el duelo.
Cuando ambos estaban
listos, comenzó la batalla. Nunca olvidaré la cantidad de luces y de hechizos
que aparecieron en unos segundos. El hechicero tenía potencia y era fuerte,
pero mi amigo snaib no se quedaba atrás. Había murmullos entre los
espectadores. Unos apostaban por el snaib y otros por el hechicero. La batalla
estaba muy reñida.
Hasta que el hechicero
lanzó un fuerte conjuro al snaib y lo dejó inconsciente.
Todos pensábamos que
habían ganado los hechiceros. Los snaib me miraban defraudados, y el otro bando
no paraba de felicitar a su líder.
Hasta que el líder
snaib se levantó. Lentamente, pero se levantó.
El hechicero comenzó a
darse cuenta, pero demasiado tarde, porque el snaib estaba conjurando un
hechizo que sin duda lo haría ganar.
Todos los seres allí
presentes estaban atónitos.
El líder snaib comenzó
a caminar hacia el hechicero, con su hechizo cada vez más potente, y cuando
estaba a punto de ganar, el hechicero sacó una simple navaja y mató a mi amigo
snaib.
El lugar se quedó en
silencio. Nadie sabía que decir, y el líder de los hechiceros miraba el cuerpo
inerte del snaib con satisfacción.
- Os dije que ganaría –
comentó.
Caminé hasta el snaib,
con el corazón partido, me arrodillé a su lado, lo cogí en brazos y susurré un lo siento.
Los snaibs se acercaron
al lugar en el que estábamos su líder y yo y comenzaron a darle las gracias.
Sin duda, nunca podría olvidar a aquel gracioso personaje.
Los snaib y yo miramos
a los hechiceros con ira. Sin duda todos estábamos pensando lo mismo.
Pero entonces ocurrió
otro suceso que no esperaba.
Todos los hechiceros, a
excepción del líder se acercaron al lugar en el que yacía el pequeño snaib.
- ¿Qué os pasa? – gritó
el líder hechicero. - ¡Hemos ganado!
- No – exclamó una
hechicera vestida de rosa y naranja. – Hemos perdido. Has matado al snaib
porque él iba a matarte a ti. Tú mismo dijiste que las reglas del combate eran
no matar. Y además, ni siquiera lo has hecho con magia.
El hechicero comenzó a
ponerse rojo, pero la hechicera prosiguió.
-
Lo siento, pequeños snaibs. Vuestro líder ha dado su vida por vuestra libertad.
Estamos en deuda con vosotros. Sentimos como nos hemos comportado. Nuestro
líder estaba consiguiendo que pensásemos lo que él quería, y no nos habíamos
dado cuenta de lo que importaba realmente… Sois muy buenos hechiceros, no lo
olvidéis nunca. Siento de verdad todo lo que ha pasado. Nuestro líder será
condenado a prisión, si estamos todos de acuerdo.
Desde ese día se
construyó una nueva amistad entre los hechiceros y los snaib. Convivieron
juntos para siempre, y no hubo más disputas entre ellos.
Trabajaban juntos en
las misiones importantes y ambas razas tenían la misma importancia.
Aun así, seguían siendo
razas diferentes, por la que cada una vivía en su poblado y tenía unas normas
diferentes.
La líder de los hechiceros
fue la chica que había condenado al antiguo líder a prisión, y el líder de los
snaib fue otro de ellos.
Pero por mucho tiempo
que pasara, nunca podríamos olvidarnos del líder snaib, que había dado la vida
por todo el pueblo.
A partir de ese día mi
vida sería completamente diferente. Había cambiado completamente, y sé que esta
será la historia que cuente a mis futuros hijos cuando vayan a dormir.
No hay nada mejor que
ser diferente.
El día que me despedí
de los snaib fue el más triste de mi vida, pero como me habían prometido, me
dieron el poder de creer en la fantasía, y los veo en los prados o en los
bosques. No físicamente, pero sé que están ahí, observándome y sonriéndome
plácidamente, recordando la gran aventura que un día vivimos.
Y yo estaré con ellos
hasta el final, pase lo que pase.
Siempre.
María GG